Hacia el año 1502 D.C., los mexicas inhumaron una suntuosa ofrenda al pie de la pirámide principal de Tenochtitlan para consagrar el lugar que ocuparía el nuevo monolito de la diosa Tlaltecuhtli. Entre los miles de dones que depositaron bajo el piso de la plaza se encontraba un bellísimo pendiente, tallado en el llamado “jade imperial”.
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