Retratado por Azaña en sus Diarios como un "conservador utópico", "de aspecto tosco", Giménez Fernández, catedrático de la Universidad de Sevilla y ministro de Agricultura de la CEDA durante la Segunda República, aprendió a conciliar tres conceptos aparentemente incompatibles para la derecha española del siglo XX: su condición de católico, de demócrata y de republicano. Ello lo convirtió en un eterno disidente, en un exponente de lo que fue la tercera España y el exilio interior en la dictadura de Franco.
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