En solo tres meses de reinado, el nuevo monarca saudí, Salman Bin Abdulaziz al Saud, ha introducido cambios profundos en las estructuras de poder del país, pero no para democratizar uno de los regímenes más esclerotizados del planeta, sino para preservar la continuidad de la dinastía ‘saud’. La belicosa aventura en Yemen le sirve a la monarquía suní para buscar la unidad interna ante un ‘enemigo’ exterior, para tratar de reducir la influencia de Teherán en la zona y para intentar consolidarse como la fuerza de referencia en Oriente Medio.
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