Alberto Rodríguez Lifante, Ioanna Stefatou
La evaluación es un elemento fundamental en muy diversos ámbitos y no menos importante lo es en el campo de la pedagogía. Todos sabemos que es necesario evaluar para mejorar y, por ello, cada vez son más las empresas que se dedican a la evaluación:
control de calidad de los productos, de los procesos, auditorías económicas, financieras, de organización� Todo esto es, en definitiva, evaluación.
En nuestro campo, el de la enseñanza, nos encontramos con un concepto de evaluación bastante limitado y cuya aplicación sobre la actuación del profesor debe replantearse. Si lo pensamos bien, sólo evaluamos los resultados de los alumnos y cuando nos referimos a evaluación lo hacemos como un sinónimo de �calificación� de los alumnos.
Hoy en día se presenta como elemento común el enfoque centrado en el aprendiz y sus necesidades personales, sociales y profesionales en correspondencia al enfoque pedagógico que se aleja del rol tradicional del docente, como transmisor de los conocimientos, y del papel pasivo del alumno. También está la idea generalizada de que el profesor es el que evalúa y lo único que hace es evaluar la memorización de conocimientos descontextualizados. De hecho, entre las múltiples tareas del docente (diseñador del currículo, investigador, orientador/tutor, transmisor de valores, miembro de un equipo, etc.), la de evaluador de resultados, procesos y sistemas es una de las que mayor relevancia tiene.
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