Kennedy empleó a un patricio de la intelectualidad como Arthur M. Schlesinger, Richard Nixon dio su plenipotencia a un cura jesuita y Gerald Ford no dudó en poner sus discursos en las manos de un cómico. El puesto de logógrafo presidencial ha acogido todo un florilegio de caracteres de zelotes de partido a pensadores 'enragés', de periodistas de nota a pacíficos profesores oxonienses - como Robin Harris, fontanero de la Thatcher- expertos en la historia de la ciudad-estado de Dubrovnik.
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