Si bien se reconoce que la presencia de la mujer es cada vez más frecuente en el ámbito laboral y específicamente en el académico, es preciso señalar que aún permanecen arraigados de manera importante los estereotipos culturales que tienden a considerar que el ámbito académico (en el sentido amplio de considerar las tres funciones: docencia, investigación y extensión; en mayor medida las dos primeras) y lo masculino comparten características como dureza, rigor y racionalidad; con lo cual la mujer académica o involucrada en tareas relacionadas con tal campo es vista como una contradicción (Cetto, 1990) porque generalmente se le asocia más con la subjetividad y la emoción y eso tiende a descartarse de la actividad científica (Maturana, 1989).
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