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Fernando Castiella y el tiempo que le tocó vivir

  • Autores: Marcelino Oreja Aguirre
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 29, Nº 168, 2015, págs. 90-106
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • Como embajador y ministro en la España de Franco, la actuación internacional de Castiella muestra hoy con mayor perspectiva un pensamiento realista coherente con su tiempo. La resistencia del régimen resultó insuperable en la descolonización de Guinea y el Sahara.

      Conocí a Fernando María Castiella y Maíz el día de mi ingreso en la carrera diplomática, junio de 1960, una vez concluidos los dos años de Escuela Diplomática y de lectura de mi tesis doctoral en la Universidad Complutense. Acababa de quedar vacante un puesto en el gabinete del ministro y al recibir el despacho de secretario de embajada me preguntó si quería formar parte de su gabinete. Imaginarán mi sorpresa y mi alegría. Desde aquel día hasta su muerte colaboré estrechamente con él, en el ministerio durante 10 años, más tarde en la cátedra de la facultad de Derecho, donde explicaba Práctica Española de Derecho Internacional y, por fin, tanto en mi etapa de subsecretario como de ministro, siempre acudí a él, a inspirarme en su consejo y amistad.

      Me resulta difícil sintetizar hoy algunas de sus enseñanzas recibidas. Pero antes de evocar una parte de su recorrido profesional y político, quiero recordar aquí algunas de las ideas recogidas en libretas de apuntes que busco y encuentro ahora, después de tanto tiempo. Una lección que no olvidaré fue su visión de la política exterior o mejor, de la política en general, que para él requería un esfuerzo sostenido, un análisis profundo y sereno de cada problema, un espíritu animoso ante todo riesgo de desfallecimiento.

      ¡Cuántas veces le escuché que los españoles debíamos abandonar para siempre nuestro hábito de improvisar! Y debíamos abandonar también nuestra costumbre de tomar decisiones movidos por impulsos de emoción, por simpatías o antipatías, por consideraciones superficiales y reflexiones de diletantes. Los problemas internacionales debían ser estudiados reconociendo en ellos todo lo que puede no gustarnos en vez de apartarlos de nuestra observación por ingratos. Culpar a otro de nuestros males era una manera de esquivar la realidad.

      Para Castiella, la política, además de ser un arte, era una técnica de éxito si estaba basada en una buena información y aconsejaba la aceptación valerosa de la partida que había que jugar, de su continuidad. Había que incorporar a ella la paciencia diaria y la juventud de espíritu ante posibles fracasos. En política, le oí decir muchas veces, no vale interesarse un día por África, otro por América, por la descolonización o por la integridad territorial. Como en el piano, solía decir, hay que hacer dedos todos los días para poder dar un concierto "en su día", y ello requiere acudir en cada momento con acción y atención a todos los frentes, a todos los precedentes, a todos los incidentes que puedan sobrevenir.

      Para él, esa era la clave del éxito. Muchas veces le escuchamos decir en el gabinete cómo existen intereses permanentes de España, con problemas antiguos que aún esperan solución. Y no podemos soltar la presa de nuestra atención un día, para vagar erráticos, en busca de otra presa más tentadora, dando así la razón a quien nos tiene por inconstantes y juegan con nuestra volubilidad. Por el contario, aconsejaba ceñirse a cada problema y consagrarnos a una severa disciplina en el comportamiento internacional. Debemos huir, decía, de improvisaciones brillantes pero ligeras, de la anarquía mental de quienes se abandonan a ideas fáciles, a simples eslóganes en cuya formulación surgen aparentes soluciones a los más graves problemas. A menudo nos decía al final de las largas sesiones de trabajo: "No olviden que la política exterior es asunto que requiere seriedad y una pasión fría: una capacidad inagotable de entusiasmo y de valor para sostener la mirada en los supremos intereses del país sin ceder a ningún otro. Dispuestos a jugarnos nuestra posición personal por la superior posición de España"


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