Cuando Colombia acepto ser un país de desplazados ya la tragedia tenía su espacio en la televisión. Los espectadores pasaron de la indignación a la resignación con la misma naturalidad con que la pupila se contrae ante un golpe de luz. Ciegos, por el efecto de la sobre-exposición a la banalidad del horror, los colombianos no sabemos cómo se tejen los hilos de nuestro drama.
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