El mes de julio de 1891 estuvo lleno de infaustos sucesos, donde las llamaradas y el humo estuvieron a punto de acabar con Madrid y sus signos más característicos. La Ribera de Curtidores se vio mutilada por la fuerza de las llamas la noche del 30 de junio y, dieciocho días más tarde, el Museo del Prado a punto estuvo de fenecer en un incendio que hubiera supuesto una pérdida irreparable para la pintura más universal.
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