El estudio de las prácticas ganaderas en las sociedades amerindias nos obliga, en todos los casos, a atestiguar la avidez con la que dichos grupos se apropiaron de los animales que no existían en el “nuevo continente”. Nos apremia a contemplar la capacidad de innovación indígena, que sin dilación incluyó a los nuevos ganados en las prácticas rituales y el pensamiento mítico preexistente. En algunas regiones de América, hablar de “ganadería prehispánica” equivaldría a disertar acerca de la “hípica azteca”, la “urbanística gitana”, la “agricultura antártica” o cualquier otra de las asignaturas imposibles que Umberto Eco imaginara para su novela El péndulo de Foucault. Sin embargo, este no es el caso de la región andina, donde la crianza de camélidos –principalmente la llama y la alpaca– han ocupado un lugar por demás importante desde tiempos inmemorables.
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