Aurea alocución la que Pío XII dirigió el 23 de abril de 1957 a un grupo de abogados parisienses, demostrando una vez más su cariño e interés por la profesión jurídica y dibujando con breves y vigorosos trazos la etopeya acabada del jurista cristiano. Tres notas señala particularmente Pío XII: el jurista como colaborador nato de los tribunales de la justicia; el jurista, como hombre de la justicia, en su labor de aplicación y defensa del derecho positivo, y el jurista como ejemplo irreemplazable del humanismo clásico, "que subraya los valores espirituales y hace prevalecer el sentido del hombre sobre el culto de la fuerza''. (…)
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