"Estaba acostumbrado a ver cosas raras desde que hacía seis meses me asignaron al pabellón de enfermos terminales. Había visto a un hombre que le regalaba a su hermano las tapaduras de oro de sus muelas; a una mujer que le dictaba el testamento a su esposo, mientras el hijo adolescente, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared, escuchaba música en su iPod; a una niña con la cabeza rapada y los ojos saltones que pedía a gritos que sus padres la visitaran (pero ellos no venían porque estaban muertos). Nada, sin embargo, me había preparado para la llegada del Croata..."
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