Vivía y trabajaba en Santiago de Chile. Ejercía el periodismo y, si no llega a ser por su apellido, que se hizo imposible en el Chile de Pinochet, ella hubiera seguido ejerciendo la profesión, con la angustia de los cierres de páginas, con la inmediatez de la comunicación con el lector. Pero el exilio le obligó a nuevos planteamientos. Y acabó escribiendo, para fortuna de ella y para suerte del mundo en general. Se perdió una periodista, pero se ganó una escritora excepcional.
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