Hace tiempo que en toda Europa suenan las alarmas, y que, en muchos países de la Unión, amplios sectores sociales observan las actitudes xenófobas, racistas e intolerantes propias de la extrema derecha, a veces con indiferencia (como si no fuera un asunto que les afectase) y, a menudo, con simpatía, asumiendo el discurso fascista que señala al extranjero, al refugiado, al pobre, como una amenaza, como un enemigo, como alguien que merece la humillación y el castigo, la cárcel o la deportación.
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