Toda vida humana por ser, en profundidad y superficie, una batalla contra la muerte, es un fenómeno epopéyico. Más admirable cuanto más secreta y personal sea esa batalla. Pues no nos enfrentamos a este o aquel obstáculo ni somos atraídos por este o aquel señuelo. Nuestra íntima preocupación, nuestro único problema, nuestro máximo terror es sabernos materia de disolución, míseras astillas para alimentar el insaciable fuego de la muerte.
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