Blanca y alta, la casa de don Gonzalo Suárez Rendón recibía de frente el viento tunjano. Empinada sobre el atrio miraba sin parpadear el filo de las colinas que encerraban el pequeño valle.El portal solemne y el escudo clásico la engolaban sin pretenderlo. Dos ventanas enrejadas apostaban a conquistar a un balcón viril y mudo que sopesaba su hombría aguantando sin defensas la tornadiza voluntad de la naturaleza.
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