Sin haber dejado sospechar lo mínimo respecto de su terrible decisión; sin haber escrito una sola línea sobre el particular ni haberse dejado traicionar por los nervios durante el día y la noche que antecedieron a la tragedia; sin haber dejado traslucir la más leve impaciencia ante los caballeros y las damas que hasta la media noche tertuliaron en su casa, José Asunción Silva preparó, serenamente, su viaje definitivo por el angosto túnel del cañón de una pistola.
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