¿Quién dijo que la ciudad de los libros era una muerta ciudad, un amarillo panteón? Habría que olvidar el atractivo casi femenino que esos breves cuerpos de papel ejercen, tiránicamente, sobre nuestro cerebro y nuestro corazón. ¡Qué rumorosa, palpitante vida, la de una asamblea de libros! Qué tremulo concierto de voces, de músicas, de silencios, en el ámbito de una biblioteca.
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