La manera como el hombre se encuentra en la Edad Media corresponde a una determinación fija. Lanzado por Dios, a un planeta cuya condición específica es la de constituír el centro del universo, el hombre actúa frente a él, modesta y ordenadamente y queriendo en cada uno de sus actos insistir en la armonía de las cosas, como si la única medida de que dispusiese para calmar y saciar sus apetitos no fuese otra que la ordenada por la sabiduría divina, por ese ideal de perfección que esta le alcanza. "Mundus universus nihil aliud est, quan Deus explicatus".
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