Ninguno de los muchachos del pueblo lograba los matices melódicos ni la pureza tonal que tenía el silbido de Policarpo. Cuando él silbaba, los demás nos limitábamos a escucharlo, y si él insistía en que lo acompañáramos, lo hacíamos silbando por lo bajo, tímidamente.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados