La mandrágora, junto a sus propiedades mágicas y afrodisíacas, podría quizás llegar a ser la más pura metáfora de la vocación poética. Cuando veo a un poeta joven -o a un grupo de ellos- imagino, por un instante, que ha bebido del licor de mandrágoras y por un instante temo por él -por ellos-. Sé que la búsqueda será incesante, que la conquista nunca será plena, que aun en los momentos que más se asemejen a la pura posesión, algo quedará oculto, que los brazos, al cabo, no estrecharán más que sombra.
© 2001-2025 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados