La crónica de los años inolvidables de mi amistad intelectual con Federico García Lorca, daría motivo para un extenso libro, pues esa época constituyó una larga, fecunda y casi siempre difícil experiencia de lo que debe y puede ser el diálogo y la convivencia de dos hombres vocados inexorablemente a la creación artística. Aunque el uno de ellos -Federico- tuviese características y alcanzase expresiones parciales y composiciones globales lindantes con lo genial, y el otro -yo mismo- no fuese entonces sino lo que sigo siendo ahora: un aprendiz de escritor.
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