Ya instaladas en el siglo XXI, las mujeres hemos conseguido importantes avances en el mercado laboral. Hemos aumentado considerablemente nuestras tasas de actividad y de ocupación, nos hemos situado en sectores en los que no había presencia femenina, etc. Sin embargo, estos logros no deben hacernos olvidar que aún quedan pendientes retos importantes. Las tasas de paro aún son bastante superiores a las masculinas, y eso a pesar del aumento del paro en los hombres al principio de la actual crisis, somos mayoría en el tiempo parcial y las principales responsables de la conciliación familiar, con las limitaciones que ello supone en la esfera laboral, tenemos salarios más bajos y mayores dificultades a la hora de promocionar laboralmente. En este trabajo nos centramos en dos aspectos concretos: el autoempleo y la informalidad. Se ha tratado de estimular y favorecer el autoempleo femenino a través de distintas vías (programas, subvenciones, etc.) como medio a través del cual la mujer puede desarrollarse profesionalmente, pero, como en otras cuestiones, al analizarlo desde una perspectiva de género nos encontramos con algunos inconvenientes más difíciles de solventar cuando se es mujer. Por otro lado, el empleo informal ha encontrado en las mujeres un tipo de �trabajador� que presenta un perfil propicio para ser expuesta a determinadas situaciones precarias que la hacen más vulnerable.
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