La reciente dimisión del ministro de Economía francés, Dominique Strauss-Kahn, acusado de recaudar fondos ilegales para el Partido Socialista, supone un duro golpe para el Gobierno galo. El primer ministro, Lionel Jospin, no sólo pierde al timonel de su política de privatizaciones, al saneador de la maltrecha banca pública y al hombre de confianza ante Wall Street, Berli, el G7 y la UE; pierde a su mejor embajador en el extranjero y, sobre todo, a su ministro más popular en Francia.
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