En una sociedad en la que imperan el individualismo y la rentabilidad a corto plazo, la familia ofrece el cauce natural para educar a los hijos en valores que se proponen como vertebradores de la convivencia en nuestra sociedad: igualdad, dignidad de la persona, aceptación de la diferencia y de la diversidad, solidaridad, respeto y cooperación, responsabilidad y honestidad y, sobre todo, amor.
Estamos más necesitados que nunca de que se hagan presentes aquellos valores que pueden hacer una sociedad más justa: saber escuchar a los demás y compartir sus problemas, hacer de nuestra vida un servicio a favor del bien común, desterrar el odio y los prejuicios, respetar a los que no piensan como nosotros, estar siempre dispuestos a dar a los demás una segunda oportunidad. La familia es la única escuela en donde se puede aprender todo esto de forma natural y gratuita.
Es imprescindible que la sociedad sea consciente de que la familia constituye una auténtica inversión a largo plazo, que es la que mayores beneficios puede aportar a la sociedad, en la que hay que dejar de lado prejuicios ideológicos, que sólo contribuyen a desnaturalizar la política familiar.
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