El siglo XVIII asistió al nacimiento y posterior trabajo de uno de los más insignes escultores de temática religiosa de España y, tal vez, de Europa, Francisco Salzillo. Y Murcia tuvo la dicha de tenerlo como uno de sus hijos ilustres. Salzillo supo plasmar en sus imágenes la espiritualidad de una época, que instigada por la Ilustración, intentaba mantenerse como venía haciéndolo desde fines de la Edad Media y que tenía la Devotio Moderna como emblema de dicha espiritualidad. Pero dicha representación no hubiese sido posible sin la fe de un hombre que, desde sus creencias religiosas y su práctica diaria de la oración y de la eucaristía, amén de una vida austera y ascética, amó a Dios y a Jesucristo y puso su arte al servicio de Él. El cielo le premió con esa capacidad innata para plasmar la belleza de Dios en el arte.
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