La crisis del verano de 1998 no fue una crisis clásica basada en un endurecimiento de la política de las instituciones americanas y los elevados tipos de interés. Por el contrario, se debió más bien a que el mercado de obligaciones empresariales se bloqueó. La subsiguiente modificación en las cotizaciones del mercado dio lugar a una fuerte reducción de los valores de las carteras y a una actitud más cauta por parte de los inversionistas. Las consecuencias más claras han sido que los mercados valoran cada vez más las buenas empresas con buenos planes estratégicos y que operan en sectores con futuro.
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