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Resumen de Taro de Tahiche: La cueva y el laberinto en la arquitectura de César Manrique

Luis Díaz Feria

  • La primera obra arquitectónica de César Manrique, el Taro de Tahiche, se levanta (y se sumerge) en un malpaís de lava muy reciente (s.XIX), a poca distancia de la costa este de Lanzarote. Manrique (Lanzarote 1919-1992) tenía 49 años cuando terminó la primera versión del Taro, apenas una fracción del conjunto museístico actual, sede de la fundación que lleva su nombre.

    Entre 1968 y 1992 se incorporaron varias ampliaciones a la obra original. El resultado es una rica sucesión de espacios compuestos por adición, en forma de patios, jardines, burbujas de lava y volúmenes blancos atentos al estímulo concreto que propone ese paisaje. El Taro es un cosmos arquitectónico integral en el que la geometría de su planta sugiere la propagación infinita del método.

    �Manrique no se tuvo que formar como arquitecto ni adquirir los hábitos protocolarios de tal profesión, se libró de tener que tomar en sus manos la escuadra y el cartabón... de la misma manera que los oriundos de Lanzarote construyeron sus casas sin recurrir a la criptografía del dibujo...� (Javier Maderuelo, Jameos del Agua, 2006).

    Manrique incorpora la cueva (literalmente la cueva) a su ideario arquitectónico desde de sus primeros trabajos. Excelente solución bioclimática en un entorno sin alimañas peligrosas y socialmente pacífico, la cueva cobra valor, además, como objeto encontrado y como pieza armoniosamente engranada en el paisaje y en la historia, lo que le permite abordar con pocos preliminares proyectuales la acción arquitectónica. El gesto espacial preferido será excavar pequeñas cuevas dentro de la cueva matriz, en una compleja lectura borrominiana del conjunto exquisitamente compensada por la sencillez de los detalles. La iluminación natural de las burbujas volcánicas producidas por desplome de su cenit dota a los espacios de una iluminación mágica.

    La �búsqueda de la cueva� se repite incluso en espacios exteriores y en volúmenes sobre rasante, en los que se recurre a la utilización de tapias y celosías para producir un cierto ensimismamiento perceptivo. El reflejo del cielo en el agua de la profundidad de la caverna enfatiza la percepción del eje vertical del espacio, fundamento de la lectura poética y cósmica del paisaje y del espacio arquitectónico en la obra de Manrique.

    La composición en planta deshace cualquier atisbo de geometría jerárquica que permita la comprensión completa de la obra. Por el contrario, el conjunto se organiza mediante escenas secuenciadas. Cada estancia es una escena conectada con otras en múltiples direcciones, condición laberíntica que implica un juego sutil entre el espectador y el espacio.

    La adecuación bioclimática basada en principios pasivos, la reutilización de espacios encontrados mediante intervenciones discretas, el recurso a técnicas estrictamente locales en la construcción, la escala humana relacionada con un cosmos natural coherente� son factores de plena vigencia de esta obra y de los referentes que propone al debate arquitectónico actual.


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