Rafael Guridi García, Cristina Tartás Ruiz
Desde su asociación en 1952, José Antonio Corrales y Ramón Vázquez de Molezún desarrollan una larga y fructífera carrera conjunta, que no obstante mantenía sus respectivas autonomías, como muestra su configuración doble-nuclear de sus respectivos estudios de la calle Bretón de los Herreros en Madrid, adosados espalda contra espalda pero independientes entre sí. Esta relativa independencia se manifiesta en unos proyectos tan representativos para todo arquitecto como son las casas que ambos diseñan para sí mismos.
Construidas en un intervalo de apenas 9 años y a partir de premisas muy diferentes (residencia temporal en un caso, permanente en otro), ambas casas ponen de manifiesto la existencia de un campo de intereses compartidos, como no podía ser menos, pero también la muy diferente perspectiva desde las que son abordadas.
La casa que José Antonio Corrales construye para sí mismo y su familia en 1976 en Aravaca (Madrid) se desarrolla a partir de un número limitado de decisiones iniciales, desarrolladas con una lógica implacable. Es una casa seca, de un radical elementarismo –“yo creía que era elemental y barata, luego no fue así”, señalaba con posterior sinceridad el arquitecto— con el recurso a soluciones directas, de repertorio industrial (como el solado de madera chapada desmontable, revisable y accesible para instalaciones, o el empleo de tablero de encofrados en contraventanas). Sin embargo, este pretendido elementarismo no oculta una gran riqueza y complejidad espacial y programática: tras una fachada engañosamente muda dictada por la obligada distancia de retranqueo, se oculta una emocionante secuencia de espacios en cascada.
Nueve años antes, en 1967 (mismos guarismos), Ramón Vázquez de Molezún empieza el primero de sus diseños para una casa de vacaciones en Bueu (Pontevedra). Es una casa mínima, de apenas 70 metros cuadrados de vivienda, edificados sobre los muros de piedra de un antiguo aljibe de una fábrica, que se mantiene. Como en un auténtico “work in progress”, Molezún trabajará en la casa toda su vida, desde la concepción y volumetría general (realiza hasta dos proyectos de modificación y ampliación), hasta el diseño de sus más mínimos detalles, sujetos a constantes revisiones. Frente al carácter más deliberadamente artificial y abstracto de la de Corrales, la casa de Molezún propone una relación más abierta y flexible con la naturaleza, una naturaleza amable característica de las Rías Baixas, donde el mar llega a ocupar ocasionalmente el territorio de la casa. Carente de muchas de las más elementales dotaciones (agua, red de saneamiento, calefacción), la casa parece diseñada para ser habitada de una manera más desinhibida e informal. A falta de comodidades, su autor se pasó las temporadas en que la habitó ideando y construyendo con sus manos un sinfín de gadjets increíblemente ingeniosos para solucionar problemas muy específicos, en una actitud a medio camino entre un eremita y un homo faber émulo de Robinsón Crusoe.
Por encima de las diferencias y necesidades determinantes de cada proyecto, estas casas de José Antonio Corrales y Ramón Vázquez de Molezún constituyen un retrato cabal de ambos autores, tan cercanos tan distantes.
Etiquetas: Casa Corrales, Aravaca, Casa Molezún, Bueu.
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