El derecho de participación política, fundamental en cualquier sistema democrático, ha venido convirtiéndose, cada vez más, en un derecho de participación a través de representantes. No sólo, pero casi exclusivamente es esa la única posibilidad que les queda a los ciudadanos de los países democráticos. Por tanto, el concepto de representación política, que inicialmente surgió como enfrentado al concepto de democracia, se sitúa hoy como íntimamente unido a ella. Llega a convertirse, según señala Leibholz, en un derecho fundamental: "la representación había llegado a ser uno de los derechos sagrados tradicionales de los ingleses, por el que valía la pena luchar, con las revoluciones francesa y americana, se transformó en uno de los Derechos del Hombre". (…)
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