El tendero de la esquina no siempre es lo que parece. Señora, no es su amigo, y quizá entre el kilo de mandarinas que compró haya una envenenada. Si el tendero de la esquina es capaz de realizar tal fechoría con su grueso bigote y su rostro cordial, imagínese de qué será capaz un artista. Max Papeschi nos ha colado entre bromas y caramelos una realidad que centra un puñetazo en el bajo estómago. Utilizando esos recursos amables que a estas alturas casi todos los seres humanos vivientes somos capaces de identificar con la absoluta felicidad y el anhelo común, en ese justo momento en que una sonrisa involuntaria asoma a nuestras comisuras labiales, Papeschi nos suelta el bofetón de realidad objetiva. Porque, señora, ¿ha meditado alguna vez en cómo transcurre la vida doméstica de la familia Mouse o en los cimientos que sostienen los ingenuos relatos de la historia universal?
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