Entre las muchas causas que pueden alterar o incluso modificar de manera radical la natural perspectiva del paisaje de una zona o comarca, determinando además necesariamente sus itinerarios, la más importante de ellas ha sido sin duda la minería y sus inseparables compañeros los ferrocarriles.
No deja de ser admirable que haya sido la mano del hombre la que en apenas dos milenios haya incidido de manera tan categórica en la modelación del paisaje; baste recordar cómo sin necesidad de explosivos los romanos ya sabían hacer volar montañas, la ruina montium, y llevar a cabo ingentes movimientos de tierras en volúmenes que apenas si han sido superados en las últimas décadas del siglo XX.
La Sierra Morena es un macizo antiguo suavizado por millones de años de erosión y lances hidrológicos que se deshace en la gran plenillanura fluvial del Guadalquivir. Rica en toda clase de minerales útiles al hombre como pocas otras regiones, es un claro ejemplo de la interacción del hombre en el paisaje modificándolo a veces en proporciones desmesuradas y a veces esterilizándolo. En otras muchas ocasiones son los testimonios remotos de la minería ya asimilados al paisaje quienes nos informan del modo de vida de quienes beneficiaban los yacimientos y placeres someros dejándonos además numerosos testimonios arqueológicos de su utilería, sus conocimientos minero-metalúrgicos, y de sus creencias religiosas y prácticas fúnebres.
Por todo esto Sierra Morena hoy no es concebible sin una minería que horadó sus entrañas hasta ayer mismo haciéndola referente de riqueza en todo el mediterráneo.
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