Según Keynes, el problema económico debe ocupar un lugar secundario y debe ser sustituido por los problemas reales: los problemas de la vida y de las relaciones humanas. Consideraba, pues, que la economia debía estar al servicio de las necesidades de las personas y no al revés, como sucede en el momento actual y sucedió también en la época de la Gran Depresión. Keynes consideraba la política económica como un motor de análisis, un instrumento que requiere de continuas adaptaciones y mejoras, porque sabía que la economía no era una ciencia con la precisión de ciencias puras como las matemáticas, la física o la química. La economía para acertar tiene que convencer a los ciudadanos de sus planteamientos.
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