“A treinta metros bajo tus pies la espuma del mar se revuelve entre grandes rocas despedazadas. Más allá rugen las rompientes. Tras ellas vibra, de este a oeste y sobre todo hacia el norte, un pedazo de la inmensidad del océano. Lo impregnan los brillos y grisuras de un firmamento navegado por nubes del tamaño de montañas. Las olas vienen en oblicuo desde el horizonte cada vez más oscuro hacia la punta del cabo, pasado el faro. Emergen allí dos piedras enormes en forma de diente de tiburón. Tras ellas la peregrinación de alcatraces atraviesa un vaho de salitre que de repente, quizás a cambio de tanto mirar, te regala un arco iris. Tú sigues contando. En la última hora has sumado más de cinco mil de esas aves. Es finales de octubre. Esto es Estaca de Bares. Los pulmones te saben a la sal del viento”.
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