La noción de libertad de expresión está atravesada por una paradójica situación: los que dicen defenderla solo defienden la libertad de mercado, que contradictoriamente solo incrementa los oligopolios. Paralelamente los medios se enajenan (venden y compran) sin pasar por mecanismos de evaluación del Estado o de la sociedad. Las pantallas, los sonidos, y escrituras son las nuevas formas semióticas de juzgar transformando el derecho en hecho y viceversa. Los testimonios amplifican discursos que convierten a la verosimilitud en verdad y ésta, como el acontecimiento, deja de ser un tópico filosófico para transformarse, contradictoriamente, en una regularidad mediática.
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