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Congo incandescente

  • Autores: Xavier Aldekoa
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 30, Nº 174, 2016, págs. 36-41
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • Las reticencias del presidente Joseph Kabila a dejar el poder amenazan con hacer estallar por los aires el país de la guerra eterna. El último conflicto armado dejó unos cinco millones de muertos.

      Para Kasigwa, la guerra es pegajosa. Con apenas 15 años, ya ha aprendido que en lugares como República Democrática del Congo (RDC) los conflictos no se cierran cuando lo dicen los libros de Historia o los apretones de manos en despachos llenos de corbatas. En una tierra así, para cuerpos así, al menos, la guerra simplemente se engancha a la piel y se adormece por un tiempo para luego regresar con más sed de sangre.

      Kasigwa empezó a matar a los 11 años. Unos rebeldes le raptaron, le enseñaron a asesinar y a violar y él obedeció. Hoy, detrás de unos ojos redondos y una cara de niño con más aires de fan de La Patrulla Canina que de asesino, ni siquiera tiene la malicia suficiente para mentir y decir que él no fue, que fueron los demás. Simplemente responde que no sabe a cuántas chicas violó y a cuántos hombres, ancianos y niños mató. Y no lo recuerda, dice, por un motivo meridiano: "Nunca me paré a contarlas, no sé". Sí sabe que no puede volver a casa.

      Cuando huyó de su grupo rebelde - formado por perpetradores del genocidio ruandés de 1994 que huyeron a RDC tras las masacres -, Kasigwa entregó el fusil para acogerse a un programa de reintroducción de niños soldado. Si regresa a su casa - siempre que tenga suerte y no lo maten por haberse escapado - le reclamarán el dinero que costó el arma. Como ni él ni su familia tienen esos aproximadamente 100 dólares que le exigen - una fortuna para él y los suyos -, su padre le ha pedido que no vuelva porque les traería problemas. Kasigwa lo entiende y se resigna a vivir esperando. Y la vida le ha dado suficientes cicatrices como para saber que, en Congo, esperar tiempos mejores no suele salir bien.

      "Ahora mi vida es mejor. Me gustaría creer que va a haber paz siempre, pero no lo creo. Solo Dios lo sabe. En este país la paz nunca es para siempre, la guerra duerme un tiempo, pero tarde o temprano se despierta otra vez"


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