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La desigualdad en la era digital

  • Autores: Juan Luis Manfredi Sánchez
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 30, Nº 172, 2016, págs. 88-94
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • El auge de las ciudades, la escasez de recursos, el cambio climático y la digitalización son fenómenos que definen el mundo de hoy. Interrelacionada con ellos está la desigualdad, un problema que en la era digital no se resolverá solo desde los centros de poder tradicionales.

      Cuatro fenómenos interrelacionados explican el mundo en que vivimos. El primero es el auge de las ciudades, donde habita el 54% de la población mundial. La tendencia no ha parado de crecer desde 1945. Llegará al 66% antes de 2050, según los datos de las Naciones Unidas. Las ciudades se han convertido en metrópolis propias de los cómics de superhéroes y no en espacios habitables a escala humana. Antes solo Nueva York, Mumbai o México DF parecían inaccesibles. En 1990, únicamente 10 ciudades contaban con más de 10 millones de habitantes. Hoy son ya 28 megaurbes. Entre todas congregan 453 millones de habitantes, que apalancan capital y acumulan nuevos problemas de gestión de residuos, energía, vivienda o transporte.

      El segundo es la escasez de recursos. Los Estados han visto mermada su capacidad de influencia y de efectividad. Sin dinero y sin propuestas, el mundo global lleva a un entorno en el que las ciudades, las corporaciones, los individuos o las religiones acaparan la capacidad de producir, distribuir y promover las ideas que rigen el sistema internacional. Las redes sociales han acelerado esta sensación de multiplicación de las fuentes de legitimidad para la acción internacional, ya que las barreras geográficas se han diluido. Quien tiene los recursos y los moviliza puede actuar de forma decidida en los asuntos públicos.

      El tercer elemento es la vida digital. La comida, el dinero, la amistad, la participación política, los medios de pago, el transporte o los hoteles, todo es digital. El móvil ha transmutado en una suerte de dispositivo que permite llamar, escribir, fotografiar, comprar o tomar decisiones. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, en 15 años se ha multiplicado por 10 el número de abonados a líneas móviles. Se calcula que ya supera los 7.000 millones de dispositivos. En el mismo periodo, el acceso a Internet ha alcanzado el 43% de la población mundial, frente al 6,5% de 2000. El abaratamiento de los costes es una realidad, de acuerdo a los objetivos establecidos por la Comisión de la Banda Ancha para el Desarrollo Digital. En 111 países, el coste del acceso es inferior al 5% del PIB per cápita. El acceso fijo es 1,7 veces más caro que el móvil. Y la tendencia es imparable. En estas condiciones, el apellido "digital" comienza a ser redundante. No existe una realidad digital al margen, sino que es un canal, una plataforma o un instrumento.

      El cuarto fenómeno es el cambio climático, cuyas consecuencias empezamos ya a observar. La energía, la planificación urbana, la economía, el desplazamiento de poblaciones son apenas los primeros avisos. Este mundo es global, es digital, es abierto y es transparente. No es una cuestión de gusto o ideología, sino de asunción del nuevo estado del arte de la gobernanza global.

      La desigualdad y la economía digital La desigualdad es uno de los conectores de los cuatro fenómenos arriba mencionados y una de las cuestiones de nuestro tiempo. En la era digital, la desigualdad se manifiesta en el acceso a la tecnología y en la capacidad de innovar en la estructura política, económica y social, transformando las ingentes fuentes de información en conocimiento y riqueza. No creo en la utopía de la ciudadanía tecnológica. No es el dispositivo móvil, sino el sistema lo que hace a los ciudadanos libres y responsables de sus decisiones. Lo nuevo no es el aparato, sino la posibilidad de transformación real, inmediata, de las condiciones para procesar el conocimiento. La digitalización afecta a la economía, a la política y a las relaciones sociales, pero el resultado no está predeterminado. La desigualdad social puede crecer o reducirse


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