Carmen Rodríguez, Antonio Ávalos
Tras cuatro legislaturas consecutivas, el AKP y su líder, Recep Tayyip Erdogan, han difuminado las líneas entre el partido y el Estado. Turquía vuelve a demostrar hoy ser un actor esencial en los grandes problemas de la UE: la relación con Rusia, los refugiados y el conflicto sirio.
El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) cuenta con una nueva mayoría absoluta tras las elecciones del 1 de noviembre de 2015. El AKP, fundado en 2001, se ha convertido así en el único de la historia turca que después de la Segunda Guerra mundial ha conseguido gobernar en solitario durante cuatro legislaturas consecutivas, salvando el paréntesis de las elecciones de junio de 2015.
Ha pasado por varias etapas desde que se puso por primera vez al frente de un gobierno monocolor en 2002. Su primera legislatura estuvo marcada por las relaciones con la Unión Europea. Tras el impulso a la candidatura turca en el Consejo Europeo de Helsinki en 1999 y las reformas favorecidas por un anterior gobierno tripartito, el AKP se marcó como objetivo prioritario la apertura de negociaciones con la UE. Esta meta se logró en 2005 y supuso un paso cualitativo para las relaciones entre Ankara y Bruselas. Sin embargo, ya desde el principio, las negociaciones afrontaron serios obstáculos, comenzando por la cuestión de Chipre, que dificultaron un proceso complicado per se.
En la segunda legislatura, el AKP adoptó un tono más conservador y menos reformista, a la vez que intentó consolidar su poder frente a otras instituciones o actores, como los militares. En la tercera legislatura, el gobierno desarrolló tendencias autoritarias, que se plasmaron en la represión de las revueltas de Gezi y las posteriores restricciones al derecho de manifestación, el empeoramiento de Turquía en los rankings internacionales de libertad de expresión y el incremento del control del poder judicial por parte del ejecutivo, según denuncian organizaciones como Amnistía Internacional y Freedom House.
A raíz de las elecciones presidenciales de agosto de 2014, se promovió la idea de "una nueva Turquía", donde el AKP tendría un papel fundamental que conduciría a asimilar el partido con la propia nación turca. Esta visión del AKP como vanguardia y motor de una serie de cambios políticos, económicos y sociales, se puso en marcha al mismo tiempo que se dificultaba la crítica política hacia su gestión. En los últimos años se ha constatado la consolidación de la presencia, cada vez más hegemónica, del AKP en el escenario político, lo cual ha difuminado las líneas entre el partido y el Estado
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