Por primera vez se sentaban en la misma mesa –aunque sólo fuera para la foto– representantes del Gobierno sirio y de los grupos armados rebeldes tras casi seis años de sangriento conflicto. La conferencia en la capital de Kazajistán, Astaná, auspiciada por Moscú, Ankara y Teherán, ha sido apenas una toma de contacto, pero ha abierto la puerta a nuevas rondas de conversaciones y a una posible solución pactada de la guerra. El evento también ha reforzado la posición del Kremlin y ha evidenciado el cambio de criterio turco, dejando a Estados Unidos y Occidente en una situación –al menos, temporalmente– de fuera de juego.
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