«El Dios dado por supuesto de la cultura occidental se ha convertido en un Dios extraño, ajeno, distante, lejano y, para muchos, incluso inexistente» (Ll. Duch). Desde hace tiempo en la Iglesia vivimos preocupados por ampliar las estancias de nuestro microcosmos cultural para que Dios pueda volver a habitar en él de manera significativa.
Pero ¿cuál es la imagen de ese Dios «dado por supuesto» que hoy parece un «extraño en nuestra propia casa»? ¿Podemos afirmar con rotundidad que es el Dios revelado en Jesús de Nazaret el que resulta un «espejismo» para nuestros contemporáneos?
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