Con la llegada de Mussolini al poder, un afán por la “modernidad” sacudió toda la vida italiana. El Duce, como dictador sin oposición que era, comenzó a golpe de decreto la renovación de las instituciones, entre las que se incluían con carácter prioritario las Fuerzas Armadas, que se dotaron de nuevas teorías y prácticas de guerra, como herramienta fundamental para la política imperialista que la dictadura soñaba.
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