En este artículo hago referencia al hecho de no ver en la manifiesta compra, venta y tráfico de cuerpos, en la búsqueda activa de órganos para trasplantes, una forma nueva y preocupante de esclavitud. Lo que estas transacciones tienen de diferente, que podría diferenciarlas de otras formas de trata de seres humanos –con fines de explotación sexual, de trabajadores clandestinos, de bebés del Tercer Mundo para adopción internacional– es que la trata de personas, muertas, con muerte cerebral o vivas, para obtener órganos y tejidos utilizables exige los conocimientos y el consentimiento de quienes la sociedad ha designado como sanadores y custodios del cuerpo: médicos, cirujanos y patólogos forenses entre otros.
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