Desde 1522, cuando el corsario francés Juan Florín asaltó en las cercanías de las islas Azores los barcos cargados de tesoros de la conquista de Tenochtitlán, el mundo europeo “comprobó” las leyendas que corrían sobre las grandes riquezas del Nuevo Mundo, provocando así el interés de Francia, Inglaterra, así como de la rebelde Holanda. Al concluir la primera etapa de la conquista, Carlos V ordenó la organización de las primeras unidades de autodefensa, obligando a los vecinos de puertos y villas de la América española a que “tomasen las armas e hiciesen ejercicios militares organizados en milicias”.
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