A finales del siglo XVI, Felipe II, como rey de Castilla, Aragón y Portugal, decide trasladar al Atlántico y a las costas de América específicamente, un sistema global de fortificaciones cuyas bases estratégicas y técnicas habían sido ya desarrolladas y probadas en el Mediterráneo. Este sistema partía de unas necesidades de ubicación y de una estrategia de defensa que condicionaron de tal manera el modelo de fortificaciones a construir que, aun siendo todas distintas por su proverbial adaptación al terreno, son perfectamente reconocibles como tipo. Llamados algunas veces castillos “de morro”, fueron durante más de 200 años la más eficaz arma defensiva del Imperio marítimo español.
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