Francisco Felipe Muñoz Carabias
En la arquitectura de Sáenz de Oiza las obras religiosas cumplen un papel fundamental como puntos de inflexión en su carrera más relevantes de lo que en un principio podría pensarse. Si el Santuario de Arantzazu en Oñate supuso la apuesta definitiva hacia una nueva arquitectura de la mano de otras artes plásticas, la Capilla del Camino de Santiago encarnó el ideal de espacio soñado. La iglesia parroquial de Santa María del Pozo en Entrevías del año 1959, una obra “pobre y original” realizada junto con Manuel Sierra Nava, se encuentra en el centro de un debate interno por parte del autor que supuso el paso de una concepción arquitectónica esquematizada del Movimiento Moderno a un proceso más “contaminado” que emerge del propio quehacer de la obra.
Desde la primera versión de este proyecto cercano a los registros miesianos de caja vacía deviene, en la segunda de las soluciones, hacia una propuesta geométrica alejada de lo ortogonal cuya materialización esta estrechamente asociada a los elementos constructivos que la conforman. Parece un acercamiento a Wright, pero no renuncia a todo lo demás. Oiza sigue estudiando a Mies, imitando a Mies y de una intuición profunda de él, lo traduce en el detalle del nudo de la estructura como constructor del proyecto. Nudo acartelado, primero en madera y finalmente en hormigón que deriva en una triangulación extendida a toda la planta. De lo local a lo global como vínculo simbólico a una nueva teología encarnada en la figura del Padre Llanos cuya opción por una “Iglesia de los pobres” puede ser leída en ese espacio desjeraquizado en múltiples nodos de atención que se plantea en la planta. Una pieza clave para entender lo que más tarde supuso la vía emprendida definitivamente por Oiza de una materia espaciada en el acero corten del Banco de Bilbao o el hormigón tallado de Torres Blancas.
La “transustanciación” en el mundo católico se soporta en la creencia de que dos especies, pan y vino, son transformadas en la eucaristía, tras la consagración del sacerdote, en el cuerpo y sangre de su Dios. Dos especies tangibles del mundo cotidiano, y por tanto, real, recorren un camino, casi instantáneo, hacia lo espiritual y eterno. Como si lo espacial representado por lo espiritual se pudiera almacenar en lo material de algún modo. “La capilla del Padre Llanos es la obra intrínsecamente en sí” en palabras de Francisco Alonso pronunciadas a raíz del documental “No te mueras sin ir a Ronchamp” que Televisión Española dedico a la figura del maestro Oiza. Y añade que “tiene la esencialidad, la humildad, la herencia artística incluso de las mismas manos que construyeron las chabolas. Es casi un espacio bíblico”. Un espacio “hibrido” definido por unos materiales que de algún modo expresan el proceso de esa materia transfigurada. Esa fue la semilla plantada y su obra posterior “sus frutos”.
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