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Resumen de La Ricarda, la casa (des)habitada. La música, el silencio y el ruido.

Mónica Ferrer, Paolo Sustersic

  • La Ricarda tiene su génesis en el diálogo, principalmente epistolar, entre el arquitecto Antonio Bonet (1913- 1989) y la pareja formada por Inés Bertrand y Ricardo Gomis. El largo proceso de redacción y revisión del proyecto y la posterior construcción (1949-1962) tiene como resultado una de las obras más emblemáticas de la arquitectura moderna catalana, partícipe de los debates internacionales y al mismo tiempo profundamente imbricada en el lugar, que reinterpreta de forma ejemplar.

    De este intenso diálogo surge un proyecto paradigmático de hogar con la carga simbólica y pragmática que representa el programa de vivienda unifamiliar, donde los espacios se resuelven de manera que todo entra dentro de una aparente normalidad. Una normalidad en todo caso singular bajo varios puntos de vista, puesto que, sin perder su escala doméstica, la casa acoge conciertos, performances y eventos de vanguardia protagonizados a menudo por figuras internacionales, que tienen lugar principalmente en el salón, reconfigurado en función de cada acto.

    La Ricarda se ha mantenido hasta nuestros días, rescatada del desgaste del tiempo y a salvo de transformaciones especulativas gracias a la constante dedicación de la segunda generación de la familia Gomis Bertrand. La casa se encuentra actualmente en un estado privilegiado y aún así delicado. Las obras de restauración y mantenimiento la han preservado físicamente de la degradación y conserva los interiores y el mobiliario original. Excepto unas visitas puntuales, hasta el momento no se han definido otros usos ajenos al original, cuya implantación supondría inevitablemente una transformación de los espacios y también de su esencia.

    ¿Es o debería ser la función museística la única salida de la Ricarda como de tantas otras casas icónicas o piezas de arquitectura singular? Convendría reflexionar acerca de la pervivencia del patrimonio a partir de la asignación de nuevas funciones y de su repercusión en la esencia de la obra. Sin intenciones nostálgicas, sería interesante plantear el significado de lo que se conserva y de lo que se deja perder porque no entra dentro de los elementos “materiales” de la arquitectura: las huellas de la vida doméstica que ha discurrido en estos espacios y que también es parte de la esencia del lugar. ¿Cómo y cuándo deja de ser percibida y qué valor adquiere su recreación? Estamos ante una evidente contradicción. La percepción actual de la casa dista de la original, perdida para siempre junto con sus habitantes, mientras que los visitantes buscan tener la experiencia de la vida doméstica que hubo, cuando tanto el paso del tiempo como su presencia la hacen imposible. ¿En el caso de la Ricarda, que aún no ha sufrido una transformación irreversible, en qué medida y con qué medios sería posible mantener y comunicar una parte de dicha experiencia? La Ricarda podría originar una reflexión extensible a otras obras de arquitectura y áreas urbanas que con el tiempo han sufrido un cambio de uso, que en la mayoría de los casos ha implicado una aparentemente obligatoria transformación en espacios “de visita”, con la pérdida total de su identidad.


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