Gesché propone, en este texto de madurez, un elogio de la teología, parafraseando a Erasmo. Lo hace sugiriendo un camino: un elogio del olvido (como posibilidad de reencontrar las palabras de la fe); un elogio de la teología (ubicándose en su propio lugar en el concierto de las otras ciencias); un elogio del porvenir (que se construye con audacia y sin miedo); y un elogio de la vida (vivida como aventura teológica).
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