—Merde! Allez-vous-en! Exclama impaciente el guardia del lado francés en laciudad fronteriza de Hendaya. Con su maestría característica, García Márquez hasabido escoger la expresión que en un momento álgido del relato simboliza laincapacidad de simpatizar. El escenario tal cual desfila ante los ojos del lectordificulta en extremo la comunicación: “... los guardias de Hendaya estabansentados a la mesa en mangas de camisa, jugando barajas mientras comían panmojado en tazones de vino dentro de una garita de cristal cálida y bienalumbrada...” (pág. 202), mientras Billy Sánchez y Nena Daconte tratan dehacerse entender en medio del fragor helado de una tormenta de nieve. Conocidaes de sobra para cualquier viajero la impaciencia gala frente al extranjero incauto,por lo cual no nos extraña que la escena se desenvuelva tal cual está narrada porel autor. Lo que sí nos sorprende es la ‘maleabilidad emocional’ del mismo guardiaquien minutos antes con la boca llena de pan ha vociferado que no es asunto suyodecirles dónde diablos encontrar una farmacia, pero cambia de repente su actitudhacia la joven que se chupa el dedo herido “envuelta en el destello de los bisonesnaturales” (ibídem), y al instante también su humor, porque “debió confundirla conuna aparición mágica en aquella noche de espantos” (ibídem). Aquí la experienciaestética, aún en un escenario inadecuado, crea el vínculo que hace posible evadirel estrecho círculo que determina y fija una conducta intolerante e intransigenteinscrita en una racionalidad que para el caso está incubada en el otorgamiento deautoridad por un lado, y por el otro, en la apatía antipática de la rutina.
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