La curiosidad, condición innata, puede ser considerada, entre loscomportamientos humanos, la forma más elemental utilizada por el hombre parahallar explicación a los fenómenos que lo rodean. Por ello, desde la infancia esgestora de la avidez cognoscitiva del niño y más que reprimida, debe serestimulada, pues bien puede decirse que con ella se da comienzo a la vocacióninvestigadora del individuo. No resulte por tanto extraño que un maestro sinvocación y sin formación para la investigación se convierta, quizásinvoluntariamente, en factor negativo del desarrollo natural de ese proceso en lamente infantil. ¿Qué esperamos, entonces, para dar a nuestros educadores laoportunidad de cumplir esta función?
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