Después de la Revolución Francesa, Francia se encontraba dividida entre nostálgicos republicanos, constitucionales y realistas. En este clima incierto, Luis Felipe de Orleans subía al trono. Para el país galo era un paso intermedio. Se evitaba así volver a la situación revolucionaria, se mantenía la monarquía constitucional y, a la vez, se expulsaba a los Borbones, poco queridos por el pueblo. Pese a esto, su gobierno no tuvo éxito y dio paso a la II República. Nunca más ningún monarca reinó en Francia.
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